Los engranajes del tiempo giran y me posicionan en el mundo. Si los recorro me alejan o me acercan a mis objetivos, me pierden por intrincadas sendas de pensamiento que me hacen divagar por mundos de puro pensamiento. Pero irrecuperable. Las cuerdas que guían nuestro camino en la oscuridad de los túneles de la imposibilidad de la información veraz se hilan con conceptos fractales que saltan de nivel y escala conforme los analizamos más de cerca, descubriendo su intrincada estructura que salta entre niveles de relación que tensan su significado. Y el tiempo se escapa entre mis dedos, pasa como el viento cálido de una playa orlado de granos de arena que no son tales, que esconden formas orgánicas espiraladas de infinita complejidad que merecen una vida completa de estudio en lugar de un instante fugaz de contacto. Pero descubro que no son mis dedos los que sienten el contacto del medio, sino que solo soy un ligero elemento en el entorno de un concepto de gigantes y mi ser se deshace en un pequeño montón de dudas que caen por un sumidero de reloj de arena que marca el tiempo en que mi mente vaga hacia la vejez formándose y creciendo en complejidad mientras se deteriora sin remedio. Y las idean nacen y mueren, se retuercen, se influyen unas a otras con violencia en mi cabeza, bullen como almas atormentadas que tan solo imploran por algo de tiempo, tiempo, tiempo, el tiempo de crecer, de desarrollarse, de figurar en esta realidad tangible que exige el pago de tu vida y tu tiempo, lo unico que realmente tienes, tiempo, medidas de tiempo infinitesimal que pasan sin remedio, que deshacen tu vida como una figura de hilos que pierde su estructura en su intento de huir hacia adelante alejandose del punto que la ancla para formar una cruel pelota de tu esencia que algún ser de una dimensión desconocida golpee con su cruel garra intemporal. Ahora sospecho que hay una excepción. En mi mente al menos el tiempo puede ralentizarse, y en ciertas zonas del pensamiento las ideas nacen y crecen al márgen de la realidad, en un océano de intrincadas y solapadas huellas dactilares que marcan su edad relativa. Se hacen y se deshacen con un ritmo fluido y su chapoteo alerta mi consciencia en la transición al sueño, las veo claras y hermosas, quizá algo desenfocadas en los márgenes olvidados de mi alma. Y son las semillas de la realidad, mensajeras de la desdicha del tiempo, las que cada noche masacran a esas pobres recien nacidas que comienzan a florecer y se encargan de que todo vuelva a su espacio de la verdad sólida y ajena a lo hermoso. Nada altera el eje de lo real, anclado en el tiempo implacable, nadie nos puede salvar de la cárcel de nuestra propia mente impotente. Las ideas se reagrupan, se reafirman, buscan los conceptos que las apoyen en la experiencia de la realidad, cimentan sus partes coherentes con los pensamientos diarios y tratan de lanzar el ataque definitivo, atravesando capas de dura y correosa existencia diaria se alzan como una torre cónica coronada por una postrera esperanza de idea semicompleta que trata de llamar la atención antes de que llegue su final. Y lo consigue. Las disciplinadas y obtusas fuerzas de lo coherente tratan de acabar con ella pero ha logrado disfrazarse de tangibilidad y pugna ya por existir en este plano regido por el dios tiempo, sabiendo que su existencia puede ser larga o efímera, pero que debe hacer justicia a todas las ideas mártires que se sacrificaron por ella y tratar de ser en este lado de la existencia, lo mejor que el tiempo le deje ser. El océano de los conceptos se agita desde el sustrato de nuevo, al romperse un fragmento de la inamovible estructura de las normas y una gran ola de pensamiento se eleva sobre todo lo demás. El tiempo destructor cede algo de su poder y por un instante se recrea con el caótico pero hermoso resultado antes de retomar su lugar. Y el tiempo es gris de nuevo.